UN ACETATO DE UN CRUCIFICADO,
UN VEHÍCULO DE LA FE
Manuel Romero
Castillo
Albuñuelas, agosto 2013
Generalmente
pensamos que la religiosidad que vive y experimenta el
fiel cristiano se articula en torno a grandes actos de
culto y donde se necesita una enorme cantidad de elementos:
costaleros, músicos, imágenes, procesiones,
etc., para sentir la proximidad a la divinidad, entendida
como Jesucristo, la Virgen María o los santos y
santas. Sin embargo la realidad se impone por otros cauces.
En
la actualidad contamos con unos complejos sistemas
de información,
internet, intranet, etc., pero durante el siglo XVIII
la imagen era el valor más seguro y la forma
más acorde, para que una sociedad eminentemente
iletrada, recibiese cualquier mensaje.
Como he
dicho, no hace falta una compleja estructura para llevar
a la divinidad
a la vida diaria del cristiano
del XVIII, hace muy falta poco para trasmitir un
valor o actitud que fomente el espíritu en
lo sagrado. El ejemplo lo tenemos en una pequeña
estampa sobre un acetato rojizo de Jesucristo en
la cruz. La estampa muestra síntomas de haber
vivido largo tiempo, aparte de estar rota, posee
un color de desgaste y es una estampa muy simple.
El fondo rojizo y la tinta gris realizan el dibujo
donde contemplar el naturalismo de Jesús en
la cruz sin excesiva sangre y que trasmite unos valores
puramente católicos.
La palabra,
mediante sermones y prédicas
y la imaginería era quien envolvía,
centraban e instruían a la persona. Pero cuando
no había posibilidad de usar la palabra y
no se tenían imágenes escultóricas,
por ser caras, se recurría a métodos
más “baratos” y sencillos. Las
estampas iban circulando de mano en mano. En la actualidad
se siguen empleando para realzar un acto concreto,
besapíes, besamanos, conmemoraciones, etc.
Durante el siglo XVIII eran la “fuente” que
sostenía la fe.
Sin estampas
la devoción iba desinflándose,
dado que los creyentes no poseían medios para
ir fomentando su fe, sin imágenes procesionales,
sin sacerdotes, etc.