EL ALTAR DE CULTO DE LA
HERMANDAD NUESTRA SEÑORA DE LA SOLEDAD Y SANTO ENTIERRO
DE CRISTO DE CHICLANA (CÁDIZ)
Manuel Romero
Castillo
San Fernando, 18 de marzo de 2015
La
Cuaresma es un tiempo de encuentro personal y comunitario
con Dios, para convertirnos en verdaderos cristianos y
no en sepulcros blanqueados.
Estos
40 días de preparación para la Pasión,
Muerte y Resurrección de Jesucristo son un
regalo, a la par, que una oportunidad para descubrir
relatos bíblicos ocultos en los altares de
cultos que se levantan en los centros religiosos.
Quiero centrarme en el bello y logrado altar de culto
que Nuestra Señora de la Soledad y Santo Cristo
muerto posee en su sede canoníca, y que se
puede visitar a partir de las ocho de la tarde durante
este mes de marzo desde el día 11 al 13.
Estamos ante el Calvario. La Hermandad ha querido
recrear una escena del calvario bíblico,
justamente el momento en que la cruz está sin
su ocupante, Jesús está tendido en
el suelo y su Santa Madre sufre amargamente al
verlo.
El calvario agreste,
donde los troncos, piedras y aulagas se compagina con las
matas, los hachones de cera y las flores, consigue meter
al observador en un momento doloroso y bíblicamente
asumible.
Las diferentes alturas
permiten una fácil lectura de la escena. La
Cruz está vacía, una de las escaleras
ha sido usada para desclavar a quien fue ajusticiado
y que se convertirá en salvador, la otra está tumbada
porque Jesús está en el suelo inmóvil
y esperando para ser envuelto en el sudario por las
santas mujeres. En un nivel inferior está la
Virgen María de pie, llorosa, con el puñal
clavado por ese dolor que le han infringido al ver
al hijo de sus entrañas destrozado, observando
tiernamente la muerte injusta y salvadora. En el
tercer nivel, Jesús yaciente, con la herida
del costado y los ojos abiertos que establece una
conexión con su Madre.
La cera y las flores, son elementos que terminan por embellecer
la escena. No se concibe un altar de culto sin estos
dos últimos elementos, además, de las insignias
de la hermandad.
En
una mesa están los estatutos y la Biblia,
rodeado por las varas que el hermano mayor, consiliario
y otros miembros portaran en su salida procesional,
y la bandera, que ira delante del paso.
Estos son los elementos principales que se ven con
un golpe de vista al estar frente al altar, sin embargo,
existen otros pequeños detalles, que siguen
entretejiendo parte de la historia que el espectador
se va imaginando según va observando.
A la izquierda de la santa Virgen aparece la preciosa
túnica morada que llevaría Jesús
antes de subir a la cruz, también aparecen
los cordones con que fue atado por el camino y la
caña que le pusieron los soldados para proclamarlo
rey y mofarse de él.
A la derecha aparece los clavos, necesarios
para ser sujetado a la cruz, y la corona de espina trenzada
y la planta de espino de donde la sacaron los soldados
romanos.
Así pues, el altar y los diversos
elementos descritos, va formando una historia que el espectador
va desgranando, según va observando, para terminar
por formarse la escena bíblica y, revivir ese momento
que nos permita contemplar la vida de Jesús extrayendo
una conclusión que nos ayude a mejorar nuestra propia
existencia.
El último día del Triduo
que ha celebrado la Hermandad de Nuestra Señora
de la Soledad y el Santo Entierro de Cristo ha sido apoteósico,
es el mejor adjetivo que se le puede dar, seguido de intimista
y puro.
En una Capilla íntima,
serena y de ambiente tranquilo se ha podido gozar
del respeto que se debe mantener mientras estas
en presencia de la Santa Virgen y de su Hijo
muerto. El silencio ha sido la nota predominante.
Un silencio lleno de palabras de ternura que
la Santísima Virgen va diciéndole
al Hijo de sus entrañas.
En el silencio de la santa Virgen encontramos las voces que como cristianos debemos
levantar ante las injusticias que cada día pasan a nuestros ojos.
En el silencio María dijo “fiat”, hágase a los planes
de Dios, igualmente nosotros en el silencio debemos decir que sí al plan
que debemos cumplir escrupulosamente y contra el que nos revelamos o hacemos
oídos sordos.
En el silencio Dios va actuando poquito a poco, sin levantar
la voz realiza las mayores obras, como ayudar a quien lo
necesita, dar información a quien está perdido,
socorrer a quien se encuentra desamparado, facilitar un
bien a quien no tiene nada o ofrecer una sonrisa a quien
está triste y palabras de consuelo a quien ha perdido
a un ser querido.
El silencio de Dios es atronador,
sobre todo porque va derecho al corazón
humano, pero el corazón muchas veces
está cerrado y no escucha. Sin embargo,
cuando el corazón de la persona se encuentra
en sintonía con Dios puedo oír
su voz melodiosa y clara, una voz sencilla
y llena de ternura que te habla cuidadosamente
y te guía desde que sale la primera
luz del alba hasta el último rayo de
luz del ocaso. Incluso cuando descansas te
instruye para sigas magnánimamente en
su divina presencia.
En la Capilla la música
ha tenido un papel destacado. Un coro de voces
angelicales ha contribuido a realzar la sencilla
ceremonia. Canciones como “la escalera
para bajar al Cristo de los gitanos” del
célebre poeta de Antonio Machado, o, “las
golondrinas”, han sido un punto de inflexión
que han contribuido para ahondar en el momento
eucarístico y en el misterio que se
realizaba.
Otro momento ha sido durante
el rezo del Vía Crucis. Las 14 estaciones
han estado cargadas de sentido actual, es decir,
se han enfocado a los problemas que nuestra
sociedad experimenta. Problemas que desgraciadamente
los origina el ser humano pero que no remedia,
debido a los intereses y a motivaciones humanas.
Problemas que se pueden resolver si Dios entra
en la ecuación, sin Dios las fuerzas
finitas del ser humano poco pueden hacer.
Numerosos fieles
se han acercado en silencio a besar la sagrada imagen de
Jesucristo yacente. Cuando te has acercado a besar el pie
herido has tenido la impresión de estar en el Calvario,
sobre todo al ver a la Santísima Virgen dirigirle
esa mirada llena de dolor, un dolor tan inmenso que es
imposible explicarlo pero que se ve en la conexión
que se establece.
Al estar al pie delante de la cama que acoge
a Jesús yacente, has sentido ese nudo
en el corazón al ver el dolor universal
que la santísima Virgen soportó.
Dolor representado en la daga que va a su corazón.
Dolor pronosticado por Simeón cuando
tuvo al hijo Divino recién nacido entre
sus manos. Dolor que la Virgen soporta cada
vez que sus hijos no cumplen los dos mandamientos
que Jesús nos enseñó:
amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo
como a mí mismo, al no cumplirlos no
somos obedientes y la Virgen sufre, igual que
la madre que tiene un hijo rebelde o que está en
asuntos turbios.
La
mirada de la Santísima Virgen es pura,
como puro es su dolor, dolor que te traspasa
el pecho y se te clava dentro del corazón.
Sus manos entrelazadas en señal
de sufrimiento intenso y de oración al
Divino Padre son dos señas de esta sagrada
imagen que conmueve, pues posee una ternura delicada
y una finura femenina sosegada.
Sus
ojos silenciosos y su actitud en oración perpetua
son parte de la soledad que padece al tener a su Hijo
delante muerto. Son un rasgo de esta Virgen tan chiclanera,
que tiene a sus pies a un pueblo que la venera, y a una
barriada que le rinde un tributo de amor con cada mirada
o suplica que le dirige con firme fe y mayor fervor.