PESADILLA COFRADE: ¡OSUNAAAAAAAA!
LIBRO DE FERNANDO GARCÍA HALDÓN
Libro: Pesadillas
de Cofrade
Autor: Fernando García Haldón
Editorial: Jirones de Azul
Noviembre 2014
Antes de
que leáis la pesadilla de Osuna, queríamos
aclarar por si no lo saben y evitar conflictos de que en
este libro cofrade del que se extrae esta "historia" se
reúnen una gran cantidad de pesadillas de personajes
de nuestra Semana Santa y Sevilla siendo totalmente incierto
todo lo que cuenta ya que se basa de eso, pesadillas.
Miguel Ángel
Osuna. Al martillo, Antonio Santiago.
Osuna cumple este año veinticinco debajo de
los pasos. Es uno de esos costaleros hechos al estilo
de Mercasevilla. De los primeros, de los auténticos.
Sin fijador, tatuajes, tirantes o costaleros bordados.
Sin necesidad de remangarse los pantalones para enseñar
las zapatillas Adidas o los calcetines de Ralph Lauren.
Media vida trabajando con un costal tejido con el mimo
de una madre, tela de saco cafetero y dentro, las mismas
emociones que el primer día a pesar de la dura
ausencia de su compañero de palo, su hermano.
El amor que siente
por la faja y el costal le ha llevado a tener pesadillas
con diferentes argumentos, desde
la más cómica, a la que incluso consiguió arrancarle
alguna lágrima. En el grupo de las primeras
recuerda aquella en la que podía verse en la
Plaza Virgen de los Reyes, a la altura del Arzobispado,
teniendo que salir del paso para dar relevo a la cuadrilla
y al meterse entre la gente, en la bulla, cruzarse
con una señora con pañuelo negro en la
cabeza que identificó como la Virgen María.
Desde aquel día, cada vez que Miguel Ángel
sale del paso para el correspondiente relevo, en el
mismo lugar, busca el rostro que le sorprendió en
su sueño. No cesará en el empeño.
En el grupo
de los sueños o pesadillas con tintes cómicos,
aquél en el que sustituyó las trabajaderas
por las andas para portar un trono de la Semana Santa
malagueña. Entonces soñaba que su puesto
estaba al lado de la campana que indica el paso a los
portadores y para que sus oídos no sufrieran,
Osuna llevaba unos auriculares similares a los que
se utilizaban los obreros para protegerse del estruendo
de los martillos hidráulicos.
Es,
sin embargo la que relato a continuación, la pesadilla
más angustiosa de las que he tenido el veterano costalero,
no sólo por su argumento sino además, por la
cantidad de veces que se ha repetido en su subconsciente:
Domingo de Ramos. Iglesia del Porvenir. Los costaleros del
Señor de la Victoria se disponen a realizar una nueva
estación de penitencia. Costaleros aparejados ejercitándose.
Otros rezan. Se preparan costales y fajas. El capataz, Antonio
Santiago, atento, no pierde detalle y supervisa a cada uno
de ellos como si de un pelotón al que hubiera que
pasar revista se tratara. Todos impolutos. Perfectos. Es
la hora de meterse bajo las trabajaderas.
Mientras, los periodistas comprueban sus micrófonos
y grabadoras para contarle a Sevilla la salida del primero
de los pasos de una nueva Semana Santa. Es el momento más
esperado de todo el año para los cofrades. Impacientes,
desean escuchar la llamada de Antonio Santiago a sus hombres
y las palabras que en forma de dedicatoria proceden a la
anhelada levantá. Al lado del capataz, el pregonero,
el presidente del Consejo y las autoridades militares pertinentes.
Ha llegado el momento. Tres golpes de martillo. Llama el
capataz, como de costumbre, a Miguel Ángel Osuna,
en el último palo.
-"¡Osuna!
No hay respuesta. Segunda vez.
-"¡Osunaaa!
Sigue sin haberla.
Antonio Santiago percibe un movimiento extraño fuera
del paso. Se gira para observar qué está pasando
en el zanco trasero y contempla la escena. Osuna tiene sus
manos en la cabeza, mira de un lado a otro, se agacha como
el que busca las zapatillas debajo de la cama, vuelve a levantarse
lamentándose. Se dirige a su capataz:
-"Antonio, el costal, que no lo tengo,
que no sé dónde
está, que me lo han quitao, ¡Ay Dios mío!"
No olvidará el gesto de Antonio en su sueño: "movía
la cabeza como el padre que reprende a su hijo después
de un fechoría"
Antes de que volviera a llamar y no pudiera contestarle,
Osuna improvisa el costal con una rebeca sin que Antonio
se percate. Colocado ya en su despistada cabeza se mete en
el paso con el miedo de que su último invento, el
costal del ganchillo, sea descubierto por el minucioso capataz.
Ahora sí:
-"¡Osunaaaaaa!"
Cuando por fin va a contestar, aún a sabiendas de
los estragos que puede provocarle tantos kilos apoyados en
le rebeca, nuestro costalero despierta de una pesadilla que
ha conseguido que costal y costalero cada Domingo de Ramos
no se separen ni un instante.
"Después de esta pesadilla no creo que pierda
nunca el costal, y si así fuere, tendré que
quitárselo a otro pero yo, no me quedo sin salir" concluye
entre risas el protagonista.