José Guillermo Rodríguez Escudero
Santa Cruz de la Palma, mayo 2008
En nuestros días han perdurado en la Isla de
La Palma cuatro ferias importantes dedicadas fundamentalmente a la
muestra de ganado. Ya en el siglo XIX éstas habían
proliferado en muchos puntos de nuestra geografía canaria.
Se acudía y se acude a ellas para disfrutar de los desfiles
de animales, de los arrastres con peso, de los paseos y agradables
encuentros entre vecinos, de ventas de productos agrícolas
y ganaderos, de los concursos con premios en metálico, etc.
Los lugareños también se entretenían con otros
actos programados para aprovechar la gran concurrencia de los visitantes-
por regla general, de carácter tradicional y popular-, como
la cata de quesos o vinos del país, verbenas o concursos de
puntos cubanos y “verseadores”, carrera de sortijas,
parrandas, cucañas, lucha canaria, carrera de burros con premio
al último en llegar a la meta, cabalgata, procesiones, fuegos
artificiales, conciertos de música, etc.
El venerado San Antonio del Monte tiene muchos devotos en la Isla,
y es proverbial entre los vecinos del pueblo su compromiso por
acudir a la fiesta anual, estén donde estén. Muchos
fieles incluso, una vez llegados, se arrastraban de rodillas en
torno a la ermita para cumplir las promesas, etc. Las nostálgicas
y alegres reuniones tienen lugar entre risas y lágrimas,
alegrías, isas, folías y acordeones, vinos y guitarras,
aunque el sabor tradicional esté ya algo mezclado de modernidad.
Tras la concurrida Misa de Romeros, en la víspera del Santo,
en la que siempre se da cita una gran multitud de peregrinos que
abarrotan la ermita y sus aledaños, se entregan los valiosos
premios a los mejores ejemplares de ganado. Estos desfilan después
ante el público. El día 13 (aunque hay polémicas
ediciones en que se han hecho coincidir las fiestas con el fin
de semana más cercano a ellas) tiene lugar otra solemne
misa y procesión. Así mismo se celebra una reñida
y esperada carrera de caballos en la que las apuestas son astronómicas.
En La Palma han desaparecido otras muchas ferias ganaderas, como
la famosa de San Juan Bautista de Puntallana que, al menos hasta
1966, se celebraba en junio para que coincidiera con las fiestas
patronales en honor al mártir. Otra, en la capital palmera,
hasta la Bajada de la Virgen de 1965, en la que el Diario de
Avisos publicó las bases del concurso de ganado: al primer
premio se le otorgaba unas mil pesetas y a los no afortunados
se les costeaba el transporte de las bestias. Sí continúan
celebrándose las ferias de ganado en San Isidro (Breña
Alta), en Los Llanos de Aridane, en El Paso y ésta de
Garafía.
En nuestros días tiene lugar, durante las multitudinarias fiestas en
honor de San Antonio del Monte- en bellas tierras garafianas, abundantes en
pastos y ganadería-, la Feria Insular de Ganado, de carácter
secular y famosa en todo el Archipiélago.
Un lugar, Monte Gordo, es destino de la peregrinación y donde se encuentra
el pequeño santuario, probablemente fundado por portugueses, aunque
nadie lo llama “San Antonio del Monte Gordo”. Gaspar Frutuoso también
lo refleja en su obra sobre las Islas: “…se encuentra por debajo
de San Antonio del Monte, enana extensión de más de media legua;
está completamente poblado de portugueses ricos…”
En este bello paraje, entre el 12 y 13 de junio (aproximadamente según
las ediciones en torno a la onomástica del santo portugués, Patrón
de Lisboa), su gran imagen de tamaño natural, junto a la pequeña
de San Isidro Labrador- advocación eminentemente agrícola y ganadera-,
son llevadas en procesión a lo largo de un itinerario engalanado con
magníficos arcos triunfales que forman una “calle” entre
la concurrida ermita y el lugar techado donde se refugian las bestias mansas. Éstas,
bien amarradas, se apacientan tranquilamente mientras son observadas por multitud
de curiosos. El pastor garafiano, por supuesto, está presente en esta
especial celebración.
En esta edición de 2008 las fiestas se concentrarán entre el
viernes día trece, onomástica de San Antonio de Padua y el domingo
quince de ese mes.
Los arcos están rematados por banderas españolas y canarias.
Sus líneas son rectas: “la parte superior horizontal, que une
las paralelas verticales, reproduce motivos próximos al neoclásico,
con líneas triangulares o verticales, que son cubiertas en su totalidad
con monteverde”. (Hernández Pérez).
Es la fiesta de ganaderos por antonomasia. Se la considera la más antigua
e importante. Es muy curiosa la puja de oferta y demanda una vez que el Santo
bendice los animales. Junto a estos arcos es tradicional construir ventorrillos
o mesones de palos y ramas de faya y aceviño.
Una fiesta muy arraigada desde antiguo en el calendario festivo de La Palma,
no en vano el Santo ha sido calificado como “abogado de los objetos perdidos” y
al que se le reza, no sin antes introducirle una propina en su alcancía,
para encontrar “un buen partido” (novio o novia).
De entre todo el santoral, uno de los que goza de mayor devoción por
el pueblo palmero es, sin duda, este santo. Es raro el templo que no cuente
con una imagen del franciscano. Algunas de excelente factura, como la efigie
barroca de Puntallana (de Hita y Castillo), o algo más sencilla, como
la de Puntagorda (que porta sólo un libro). Son curiosas las tallas
de la Galga (el Niño descansa sobre un lienzo blanco) o la de Tijarafe
(con un libro abierto que sostiene con ambas manos). Otras, como la delicada
escultura del Santuario de Las Nieves, inclinan la cabeza sobre Jesús,
mientras que la de la ermita del Carmen, también en la capital palmera,
tiene un semblante más inexpresivo. El santo de Argual es más
flexible y lleva una azucena, como también la gigantesca imagen del
existente en el templo franciscano de Santa Cruz de La Palma, procedente de
Sevilla a finales del siglo XVI.
Tanto fue el fervor que se tenía con el santo que, tras el pavoroso
incendio que sufrieron los montes garafianos en el que se destruyó la
ermita de San Antonio en 1902, “así como también algunas
casas, pajares y bodegas”, los vecinos rápidamente contribuyeron
a levantarla y colocar en ella una nueva imagen, ya que la primitiva también
fue pasto de las llamas, junto con la de San Roque y San Bernardo. Lorenzo
Rodríguez nos dice que “sensible es que tan renombrada fiesta
de San Antonio del Monte y la famosa Feria de ese nombre, única que
aquí se celebra, hayan pasado a la historia, aunque es creíble
que, la piedad de aquellos fieles y la devoción de los palmeros contribuyan
a levantar en el mismo pintoresco sitio la pequeña ermita que el fuego
destruyó” (Boletín de la Cruz Roja, nº 5 de la capital
palmera en 1902).
Este triste incidente es recordado aún en décimas y romances,
como el recogido por la poetisa Elsa López en “Cova de Agua” en
1974: “Padre mío San Antonio/ óyeme cómo te llamo:/
si mi casa no se quema,/ni mis cosechas de grano,/voy de mi casa a la tuya/
de rodillas esmellado (?)”. También se observa la sutil ironía
en otros versos: “San Antonio se quemó/ es porque era de palo,/pero
del que estaba en el cielo/ pocos fueron sus milagros”. En otra copla
popular garafiana no podía faltar también la representación
del Niño Jesús que el santo porta sobre el libro. Según
su hagiografía, sus compañeros frailes aseguraban que veían
a Antonio con Jesús en brazos durante sus frecuentes éxtasis: “San
Antonio del Monte/ tiene un niñito/ que no come ni bebe/ y siempre gordito”.
Sarcásticamente se comparaba al Niño, que estaba siempre “repuestito” aún
sin comer, con las reses y el ganado que, si no se les alimentaba, no había
milagro que los salvara de una muerte segura.
La periodista llanense María Victoria nos dice que “siempre ha
sido San Antonio el Santo Protector de los garafianos creyentes. A él
se ofrecen toda clase de promesas que van desde la quema de unas docenas de
voladores el día de la fiesta hasta andar de rodillas varias veces en
derredor de la iglesia, pasando por la donación de velas, de aceite…”
También era frecuente donar al Santo exvotos que se colgaban en las
paredes de la ermita, representando vacas, cabras, niños, piernas, brazos,
etc. Por exvoto entendemos cualquier ofrenda o don, como estas figuras hechas
de cera, que los fieles dedicaban a San Antonio de Padua, en señal y
recuerdo de un beneficio recibido. Así, si el ganado estaba enfermo,
venía la plegaria y la promesa; después de la curación,
se llevaba el buey de cera que era devotamente colgado en la iglesia en agradecimiento.
Una primigenia ermita de la que existe constancia documental desde 1539.
El obispo don Alonso Ruiz de Virués determinó que la talla del
santo pasara a mitad del siglo XVI desde la parroquia “del Monte” a
la iglesia de Nuestra Señora de La Luz en Santo Domingo, actual capital
municipal de Garafía. Cuando escribe Frutuoso su obra, San Antonio del
Monte era iglesia parroquial. Lorenzo Rodríguez comentaba que “la
controversia que se entabló entre los vecinos del pago de Santo Domingo
y los de San Antonio del Monte” ya que cada uno pedía su iglesia
un capellán o sacerdote “que se mandó establecer allí por
Real Cédula de 8 de octubre de 1557”. Luego dejó de ser
parroquia. El mismo cronista isleño nos recuerda que el Rey Felipe IV,
en virtud de Real Cédula de 24 de mayo de 1660 se fundó el Beneficio
de Garafía en la Iglesia de Ntra. Sra. de La Luz, “quedando la
de San Antonio en simple ermita con la obligación que los Prelados les
han impuesto a los Párrocos de decir misa en ella los domingos alternos”.
Según este mismo alcalde constitucional de la capital palmera, el motivo
del traslado de la imagen a la de La Luz fue porque “en un lugar tan
frío y montuoso, que cuando el sacerdote quería celebrar y decir
misa no podía alzar la Hostia, si no era junto con la patena, porque
con la humedad y frialdad la Hostia se doblaba y encogía….” (documento
de 2 de julio de 1558). La gente decía que “hasta el ganado se
constipaba”. Fue tal la presión de los vecinos, que la imagen
regresó a su santuario. El mismo cronista nos informa también
de que “queda probado que la iglesia parroquial de Garafía se
fabricó para colocar en ella a San Antonio, cuyo nombre se le dio en
un principio; y que después de la visita del licdo. Padilla, habiéndose
dispuesto la traslación de San Antonio a su antiguo templo, se denominó la
Parroquia de Ntra. Sra. de La Luz”. Mientras la ermita del monte estuvo
sin el Santo, ésta se puso bajo la advocación de “Santiago”.
En el libro de visitas de aquella parroquia norteña se halla custodiada
el acta de Pinto de Guisla fechada en 15 de julio de 1679 en la que se lee: “Visitose
la Ermita de San Antonio de Padua, de este distrito, es muy antigua y fue parroquia
antes que la de la Luz…”
El Beneficiado garafiano don Luis Rodríguez hizo a su costa el nicho
del Santo y dejó una cantidad de dinero para que se pintase. La ermita
llegó a estar en un lamentable estado de deterioro. Con la ayuda de
lo recaudado por los devotos vecinos y visitantes, su sucesor don Alejo Hernández
Fierro, inició las necesarias obras de rehabilitación y la construcción
de la casa para los romeros, “de que allí se carecía”.
Por confusión, a este santo luso, famoso taumaturgo y predicador muerto
en Padua (Italia) en el año 1231 a los 36 años de edad, se le
ha representado con la llama, atributo de San Antón Abad. Fue canonizado
un año después de su muerte y es, después de san Francisco
de Asís, el más popular de los santos franciscanos. Más
bien debería llamarse San Antonio de Lisboa, (y es así en varios
lugares del mundo) al ser ésta su ciudad natal. Porta en su mano derecha
una rama de lirio, símbolo de pureza, aunque este atributo no le fue
concedido antes de 1450, fecha de la canonización de San Bernardino.
El Niño Jesús está sentado sobre un libro que sostiene
en su brazo izquierdo, iconografía muy popular desde el siglo XVI y
puesto de moda por el arte barroco de la Contrarreforma. Se cuenta que en Coimbra
presenció la llegada de cinco mártires franciscanos muertos en
Marruecos por profesar la fe católica, lo que estimuló y enardeció su
fervor misionero.
BIBLIOGRAFÍA
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de la escultura popular en la Isla de La Palma», I Encuentro
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Canaria, II época, nº 18, La Orotava, 2004.