José Guillermo Rodríguez Escudero
Santa Cruz de la Palma, julio 2008
Invocada orgullosamente como Patrona
de la Isla, el culto a la venerada y amada “Virgen Negra
de La Palma”, “tierna y enigmática escultura”,
es el denominador común que aúna a todos los estratos
sociales y su Real Santuario, a través de los tiempos, se
ha erigido como el principal centro devocional palmero. El Licenciado
Pinto de Guisla así lo mencionaba en 1681: “su ermita
era el primero y principal santuario de esta ysla, que la tiene
por patrona y en las necesidades más urgentes, así publicas
como particulares, se recurre a él por el remedio y quando
instan las públicas se llevan a la santa ymagen a la ciudad,
donde se le da muy decente culto, resibiéndola con la mayor
autoridad y deboción que se puede…”. También
el alcalde Lorenzo Rodríguez deja constancia el 7 de mayo
de 1653 de cómo las casas que están destinadas al
alojamiento de los romeros en los aledaños de la ermita
de la Virgen de Las Nieves quedaron pequeñas para albergar
al gran concurso de gentes de toda la Isla, “por ser esta
Santa Imagen el amparo de toda esta isla y de sus moradores y las
continuas obras milagrosas que hace Dios Nuestro Señor por
su intercesión”.
En 1680 la beata María de San José Noguera tuvo
la revelación de que la escultura de la Virgen de Las
Nieves había sido formada por los ángeles del cielo
de “la columna en que fue azotado el Señor”.
Esta universal devoción del pueblo palmero ha sido invocada
desde tiempo inmemorial en toda clase de conflictos, motivados
tanto por erupciones de volcanes, falta de lluvias, inundaciones,
plagas de langosta, epidemias, guerras y correrías. La
imagen morena ha sido llevada solemnemente en rogativas a todos
los municipios recorriendo toda la Isla. El pueblo memorión
no olvida aquellos milagros que, desde su niñez, le contaron.
Nos lo relata Viera y Clavijo en 1776: “de la cueva en
que se recogió toda una procesión de trescientas
personas, no siendo capaz de contener cincuenta; la lámpara
que, en una penuria de aceite, ardió incesantemente y
aún rebosó; la nieve que cubrió el volcán
de Tigalate en 1646; el otro volcán de 1711 que, a vista
de la imagen, se extinguió; y, finalmente, el incendio
de la ciudad, el 25 de abril de 1770, que habiendo empezado al
tiempo que se retiraba la procesión a su santuario y llevando
catorce casas consumidas, se fue apagando desde que retrocedió con
la imagen el devoto pueblo”.
Esos mismos prodigios fueron relatados por Verneau tras su estancia
en La Palma. Informaba también de que “a una corta
distancia se encuentra el santuario de Nuestra Señora
de Las Nieves. Se dice que ya existía en este lugar una
pequeña iglesia antes de que la conquista de la isla fuese
terminada. Hoy, gracias a la generosidad de los fieles, la estatua
tiene un templo más decente y está cubierta de
joyas de un valor aproximado a 10.000 francos. De esta manera,
ella no se ha mostrado ingrata y ha pagado con milagros las privaciones
que se han impuesto sus adoradores…”
El franciscano Fray Diego Henríquez, en 1714, después
de relatar algunos prodigios de “la milagrosa imagen de
Nuestra Señora de Las Nieves, de quien la Palma se halla
favorecida y patrocinada aquella isla”, recuerda cómo “las
otras maravillas y beneficio desta prodigiosa imagen, los tullidos,
baldados y las otras enfermedades que ha sanado; los despeñados
y naufragios de que ha librado; los conflictos y necesidades
que ha remediado a los que han implorado su favor y auxilio,
las dicen más bien las muletas, pedaços de maromas,
cuerdas, pinturas y demas instrumentos que en su iglesia se miran
para eterna memoria colocados en las paredes, sin los muchos
que se quedan en el olvido sepultados”.
En la Pandecta del Obispo Fray Joaquín de Herrera en
1782 se determinaba que si “aconteciere que la vajada de
esta milagrosa Ymagen fuere en rogativa, se hará la señal
como tal, sin repiques y viniendo procecionalmente, con la letanía
de los santos, llegando al Puente inmediato a la Parroquia, sesarán
las rogativas (y) se entonará el Te Deum, entrando en
la Iglesia con repique y colocada en su trono la Señora,
se hará la rogación”.
Los milagros recogidos por Fray Diego Henríquez son dieciséis
narraciones cortas que describen – en palabras del profesor
palmero Pérez Morera- “de modo cándido y
tierno, prodigios sobrenaturales (la lámpara que ardía
incesantemente; los cascotes de artillería que no dañaron
a nadie en el recibimiento de su segunda bajada; el gesto mudado
de la imagen al ser desvestida en presencia de hombres); accidentes
(la niña despeñada por un barranco), curaciones
de desahuciados; mudos que recuperan el habla (Gaspar el esclavo)
y ciegos que recuperan la vista (el mendigo Román); ataques
piráticos (amenaza de invasión argelina; batalla
naval entre turcos y cristianos; cautiverio en Argel) y catástrofes
naturales (volcanes de 1646 y 1712; sequía de 1703), etc.”
“Santa Cruz de La Palma ha sentido en sus nobles piedras
el aire decantador de los tiempos. Sabe de ataques piratas, de
lances de capa y espada, de aventuras gentiles que estrellaron
los susurros en las cerradas celosías. Sabe de una Religión
que aquí sentó sus raíces y floreció en
la América, luminosa y legendaria. Sabe de aventureros
y de santos, de poetas y marinos. Allá arriba en el Monte
al que da nevado nombre una Señora descansan los sueños
consumados, anhelos florecidos, canciones plenas y oraciones
que han encontrado puerto y destino en el regazo de la Virgen.
A Ella se han dirigido por los siglos y los siglos los que sufrían
en el dolor de las horas vacías; a Ella han invocado el
náufrago de Campeche y el miliciano aguerrido; nuestras
madres y las madres de nuestras madres. Siempre fueron escuchados.
Su llamada halló respuesta en el milagro o en el consuelo;
en la alegría o en la resignación que es el más
humano y dignificante PRODIGIO…”
«Pregón, 1970…». Gabriel Duque Acosta
LA VIRGEN Y LOS BENAHOARITAS
La pequeña imagen de la Virgen es consustancial con la
vida del palmero. Más de cuarenta generaciones la sostienen
en su trono. En torno a él gira todo el proceso de la
Isla poblada por benahoaritas, llegados de la Mauritania; conocida
desde la antigüedad por los navegantes fenicios; explorada
por los mensajeros del Rey Juba II; bautizada por los mallorquines;
invadida por los normandos; atraída a la fe por las Misiones
Católicas… Muchas leyendas e historias se han tejido
en torno a esta pequeña terracota medieval del siglo XIV
(otros investigadores dicen que es del XIII). En palabras del
profesor Pérez Morera: “La majestad icónica
y la concentración espiritual que emana de su rostro,
esquemáticamente idealizado, refleja lo eterno y sobrenatural.
Tal vez a ello se debe la poderosa atracción que ejerce
sobre quien lo contempla y la devoción despertada a través
de los siglos. Ante sus ojos, ‘rasgados y abiertos que
parecen mirar a todas partes’, como señala Fray
Diego Henríquez, quedaba el pueblo hipnotizado”.
Se cuenta que Bentacayse, hermano de los príncipes Tinisuaga
y Agacencie del cantón de Tedote, se salvó milagrosamente
de un terrible temporal. No así sus hermanos. La noticia
de la tragedia se extendió por toda Benahoare (nombre
aborigen de La Palma) y todos los príncipes mostraron
su luto. A partir de esos tristes momentos, el barranco donde
sucedió la desgracia se llamó como el hermano pequeño,
Agagencio, distinguido entre los pobladores por su trato sencillo
y cordial. Al enterarse de lo sucedido, las Misiones Cristianas,
que se hallaban en la isla haciendo propaganda apostólica,
visitan al príncipe ileso y lo invitan a ir a donde sus
antepasados habían depositado la imagen de la Virgen por
la que él sentía íntima devoción.
Félix Duarte en su obra Leyendas Canarias nos narra: “la
alegría resplandece en su rostro y, en vez de sentirse
extenuados por las fatigas del trayecto, al llegar a las faldas
del monte, se arrodilla ante la preciosa Efigie, en acción
de gracias por la salvación del mencey, quien, observando
los altos riscos, más blancos que el azahar, prorrumpe: ‘Tener
Ife’ (que en su lenguaje significa monte blanco), y desde
entonces, Santa María de La Palma es llamada Virgen de
Las Nieves”.
LA VIRGEN Y LOS CONFLICTOS POLÍTICOS
Las guerras, cuyos desastrosos y criminales resultados estremecen
todos los confines de Europa, repercuten terriblemente en España,
poseedora del Imperio que jamás el hombre había
soñado tener. En la coalición europea contra la
Revolución Francesa, el pueblo español se ve obligado
a intervenir, “por el suplicio de Luis XVI, la opinión
favorable del Gobierno y la contestación dada por los
convencionalistas a las protestas del monarca Carlos IV. Ofendido éste
por la actitud de Inglaterra, firma con los franceses la Paz
de Basilea. Estos reclaman, entre otros territorios, la Isla
de La Palma. Sus habitantes prorrumpen por doquier: «¡¡¡Virgen
de Las Nieves!!! ¡queremos ser españoles!».
Félix Duarte concluye su artículo sobre el particular,
refiriéndose al momento en que en La Palma se conoce el
acuerdo por el que se concede la parte oriental de la Isla de
Santo Domingo (hoy República Dominicana), en lugar de
nuestra Isla, “el jubilo insular es unánime”.
Asistimos aquí a otro de los hechos históricos
cuyo óptimo desenlace se asocia a otro de los prodigios
de la Virgen de Las Nieves, y así ha sido contado de padres
a hijos.
En la programación de la Bajada de 1915 se tiene en cuenta
la guerra mundial:
“Llegaron esos días, en el año de gracia,
en ocasión bien triste para todos, cuando una guerra fratricida
y brutal enciende odios y rencores entre los hombres, y roba
los medios materiales de subsistencia más legítimos,
pero ello no es contradicción a los festejos, que ahincados
en la fe y en el buen deseo de que sean lugar para elevar nuestras
súplicas a la Reina de los Cielos, tendrán a más
del carácter tradicional, religioso y popular de siempre,
el especial que este año calamitoso le impone de ser una
rogativa más porque reine la paz entre hermanos que, en
un momento de locura, olvidaron serlo”. Bermúdez
en su obra sobre las fiestas canarias, también nos recuerda
que en ese año de 1915 “se constatan las consecuencias
económicas que tiene el conflicto mundial para las islas.
Se les da a las fiestas un sentido de ‘rogativa por la
paz’”.
LA VIRGEN Y LA MAR
“Señores, recemos y digamos que buen viaje hagamos;
una salve a la Virgen de
Las Nieves, abogación de esta embarcación: el Señor
nos de buen viaje y buen tiempo y nos lleve a puerto de salvamento”
En las paredes de la suntuosa ermita de Nuestra Señora
de Las Nieves, “Santuario tan antiguo que no se le conoce
ni sabe en esta isla origen y que se han obrado muchos milagros
valiéndose de esta Imagen”, cuelgan unos magníficos
exvotos marineros en agradecimiento a la Patrona por los beneficios
recibidos. A través de las centurias, la Palma ha tenido
una dilatada historia marinera. Los hombres de la mar tuvieron
por especial protectora a “la Morenita”, a la que
imploraron en sus vicisitudes, recordaron en sus peligros y cuya
protección buscaron en los naufragios.
Yanes Carrillo nos recuerda en su obra de 1953, Cosas viejas
de la mar, cómo en las noches de tormenta y dura tempestad,
los marineros repetían aquella invocación, antes
de subir a lo más
Era costumbre que en los veleros llevaran en su cámara
una imagen de la Virgen de Las Nieves y así le suplicaban: “Madre
mía de las Nieves, manda un relámpago para ver
donde me agarro”. A la venerada efigie se le imploraba
y se encomendaban con fervorosa oración en momentos de
peligro, diciendo “Madre mía de Las Nieves, ayúdanos”.
Algunas naves veleras que cruzan el Atlántico son bautizadas
con el nombre de la Virgen milagrosa. Por eso se dice que es
una Virgen marinera. Los capitanes de barcos atacados por los
filibusteros, que se creen invencibles sobre el mar, imploran
su protección. Cumpliendo promesas ofrecidas cuando el
peligro les amenazaba, muchos de ellos, como recuerda Félix
Duarte, llegan a “postrarse a sus pies, viendo en sus ojos
divinos una escala de ternura y de amor, por la cual los espíritus
cristianos, en sus horas de júbilo, vislumbran una anticipación
de los éxtasis que disfrutan los bienaventurados en el
reino de la gloria…”
El profesor Jesús Pérez Morera también
rememora cómo una vez llegaban a tierra, rápidamente
iban al Santuario a postrarse a los pies de “Asieta” (entre
otras interpretaciones: “Alma Santa Inmaculada En Tedote
Aparecida”), “a darle gracias por haber podido pisar
nuevamente su tierra y si el viaje había sido malo y les
había azotado alguna dura tempestad, al regreso le llevaban
botijas de aceite para la lámpara y hacían promesas,
yendo unos desde el muelle, desnudos, de la cintura para arriba;
y otros mudos, sin hablar, hasta llegar al santuario, y otros
descalzos, en cumplimiento de lo que habían prometido”.
El santuario posee la colección de exvotos marineros
pictóricos más completa del Archipiélago.
El más antiguo lleva la fecha de 6 de mayo de 1639 (segundo
más antiguo de España. El primero, fechado en 1621,
se halla expuesto en la capilla del Rosario de la iglesia de
Santo Domingo de la capital palmera), y los demás de 1704,
1722, 1723, 1757 y 1768. En palabras del artista e investigador
palmero Fernández García: “todos se refieren
a hechos similares y son un vivo exponente de la fe y agradecimiento
de aquellos hombres por el favor recibido”. Éste
de 1639 narra cómo a las once y media de la noche del
12 de mayo de ese año, la fragata capitaneada por don
Luis de Miranda salió del puerto de Campeche rumbo a La
Palma y quedó varada hasta el día 16: “trabajando
noche Y dia para salvar las vidas y al cabo de este tiempo fue
el Señor servido Y la Virgen de Las Nieves que nadara
dicha fragata y fuera navegando hasta Canpeche sin peligro ninguno
(…) un devoto de aquella Santa Virgen prometio colocar
el portento en su milagrosa Casa”.
Los exvotos pictóricos tratan de describir, sin mayores
pretensiones, y lo más claramente posible, la enfermedad
o el accidente, en este caso la tempestad o el naufragio, de
cuyas fatales consecuencias se han salvado milagrosamente. Unos
tipos de pinturas votivas que fueron muy populares en América,
encontrándose en casi todos los más importantes
santuarios.
La serie de exvotos del Santuario de Las Nieves llamó la
atención de Charles Edwardes, que visitó La Palma
en 1887. Su contemplación suscitó en el ilustre
viajero británico el siguiente comentario: “Es también
en esta famosa capilla donde los hombres de la mar hacen sus
promesas antes de embarcarse para La Habana. De sus paredes cuelgan
viejas pinturas grotescas que representan milagros obrados en
la mar por la Virgen misericordiosa. En 1704, por ejemplo, el
capitán de una bricharca canaria, enfrentada a un barco
pirata turco, invocó a la Virgen de Las Nieves con tal éxito
que durante tres horas que duró la lucha no cayó un
solo español, aunque sí numerosos turcos”.
El maestre de campo don Gaspar Mateo de Acosta envió desde
La Habana, el 18 de noviembre de 1704, como agradecimiento a
la Virgen de La Palma por su milagrosa intersección ante
el ataque argelino, la maravillosa cruz parroquial de plata,
de estilo barroco.
Una armada de “turcos africanos” había saqueado
Lanzarote en 1618 y mostraba su intención de invadir La
Palma. Unos bárbaros cuyas “nieblas de infidelidad
no vieron el poder inexpugnable de la reyna que la favorece”.
Cuando se encontraban los navíos en la bahía capitalina,
llevaron a la Virgen al monte que está frente del santuario
y desde donde se divisaba la armada “a cuya presencia no
pudieron los bárbaros sufrir lo ayrado de los divinos
ojos; y no pudo ser sino llenos de temor la diligencia, con que,
dexando aquella isla en su quietud y paz, fueron la buelta del
mar a la de La Gomera”. Allí, los temidos piratas
argelinos Tabac Arráez y Solimán sí lograron
invadir San Sebastián.
Otra sencilla historia de 1702 nos relata cómo la nave
de Nicolás Marques, habiendo partido “de este puerto
rumbo a la isla de San Miguel, al llegar la noche del vigésimo
sexto día de viaje, se vio envuelta en una feroz tormenta,
y al divisar una estrella durante la confusión, los tripulantes
invocaron a Nuestra Señora de Las Nieves y en unos instantes
volvió la calma”.
De este terrible episodio naval también se ocupó fray
Diego Henríquez, quien, “al historiar los milagros
de Nuestra Señora de Las Nieves en 1714, describe, en
el número 14, la benéfica intervención de
la Virgen en aquel conflicto”. En un manuscrito que se
conserva en el British Museum de Londres y que fue publicado
en la obra El Arte en Canarias [Siglos XV-XIX] Una mirada retrospectiva,
gracias a que el canónigo don Santiago Cazorla León
facilitó una copia del manuscrito del mencionado franciscano,
se conoce cómo fue el ataque y su resolución: “… presentaron
la batalla, midieron fuerzas y temiendo el christiano en lo menos
robusto de las suyas lo avía de rendir el turco, acogiose
al favor de Nuestra Señora de Las Nieves de su isla, imploró su
auxilio, y saliendo valeroso de la riña, se entró en
el puerto; Y para memoria deste beneficio, de orden del dicho
capitán se puso en la capilla mayor la pintura que lo
representa”. Desde el inventario de 1718 aparece en el
Santuario como “un cuadrito en que están pintados
dos nauíos”.
Como abogada de todos los palmeros, la Virgen de Las Nieves
fue la principal devoción que acompañó a
los isleños en su arduo camino hacia las Américas;
su culto está especialmente vinculado a los palmenses
de ultramar y los libros de fábrica del Real Santuario
están llenos de referencias a las dádivas y regalos
hechas por los indianos en gratitud a la Patrona por los inmensos
favores recibidos. Muchos de ellos considerados milagros. De
esta manera, este santuario mariano es el templo canario que
mayor volumen de platería americana atesora, de calidad
y riqueza nada común. Ya en el siglo XVIII, Viera y Clavijo
estimaba que la plata y las joyas de la Virgen ascendían
a más de 20.000 pesos. Cantidad que se iba incrementando
continuamente con las donaciones de los emigrantes isleños,
que así agradecían a la Patrona, primero, su buena
travesía y segundo, su buena fortuna en Indias, considerada
también como “otro de los prodigios de la Virgen”.
Era una piadosa y común costumbre el que los navíos
que hacían la carrera de Indias llevaran una alcancía
a nombre de nuestra Virgen, fuente importante de ingresos. Nos
recuerda el profesor palmero Jesús Pérez Morera
que “las cuentas de 1706 mencionan los 1488 reales recaudados ‘en
las alcansías que a repartido el mayordomo en los nauios
de Indias’ y las de 1672 los 10 reales del ‘costo
de seys alcansias de oja de lata que se hisieron para repartir
en vajelez para la limosna’”.
El tesoro impresionante que conforma el suntuoso joyero de la
Virgen de Las Nieves - único en el Archipiélago
cuya relación sería una empresa prácticamente
inacabable-, está compuesto en una gran mayoría,
por los regalos de los indianos. Baste decir que, a finales del
XVII llegaron a existir en América dos apoderados del
santuario. Nos recuerda el mismo profesor que uno se hallaba
en la ciudad peruana de Lima y otro en La Habana, nombrados en
1694 por su mayordomo con el sólo objeto de recibir los
legados hechos a la Patrona de La Palma en “rrealez, oro,
plata, perlas, joyas, prendas y otras cualesquiera alajas de
los géneros referidos, ornamentos, bestidos… así en
el dicho reyno del Pirud como en otras cualesquiera partes…”.
“A Ella, cantada por los marinos que recibieron su favor
cuando la invocaron sobre la movediza superficie del mar, le
exclamaríamos: ‘¡Oh, Virgen de Las Nieves,
efluvios de fe exhala nuestra alma, efluvios de amor exhala nuestro
ser, que Tú, Madre de Dios, hacia Ti nos has hecho tener!’”.
LA VIRGEN, LAS PLAGAS Y LOS ELEMENTOS
En palabras del desaparecido Fernández García: “Ella
es el inmenso refugio espiritual de todos los palmeros, y a
Ella recurrimos cuando los titánicos fuegos volcánicos
estremecen nuestro suelo, cuando las cosechas se pierden por
falta de agua, cuando los grandes incendios azotan nuestros
montes o nuestras casas, cuando la enfermedad se apodera de
nuestra pobre naturaleza, y en tantos, tantos momentos de nuestra
existencia”.
La imagen de Nuestra Señora de Las Nieves, “bella,
galana y misteriosa”, obra gótica en la que aparecen
reminiscencias del románico -la más antigua de
las efigies marianas veneradas en el Archipiélago-, ha
sido trasladada en sentidas rogativas a la capital palmera fuera
de los años lustrales de su Bajada. El motivo siempre
era el mismo: pedirle su intercesión ante las furias de
la naturaleza, tanto en sequías prolongadas como en erupciones
volcánicas, incendios, enfermedades, etc. Así sucedió el
28 de marzo de 1630, permaneciendo en El Salvador nueve días
por la necesidad de agua que sufría la isla. Los atribulados
palmeros imploraron su intercesión para que el cielo les
trajera el agua necesaria. Nunca la Virgen abandonó a
su pueblo. También volvió a estar presente en la
ciudad: en 1631, 1632, 1676 y 1703 (por pertinaz sequía),
en 1659 (por una plaga de langosta), y así en otras ocasiones.
Los prodigios y milagros se iban sucediendo a través de
los siglos. La Virgen ha descendido desde su Santuario a la ciudad
en otras ocasiones desdichadas para los palmeros. Sucedió el
2 de enero de 1768 por una epidemia catarral y el 4 de junio
de 1852 por liberarse del cólera morbo.
Fray Diego Henríquez decía en 1714 que el recurso
a su poderosa intervención fue siempre “el remedio
en todos los conflictos y necesidades de la isla, la falta de
lluvias, enfermedades, guerras, fuego del volcán y las
demás, las quales siempre se ha traído a la ciudad;
y al ver que la mueven de su casa, promete la experiencia y asegura
el socorro a la esperanza. Nunca sale, como soberana reyna, sin
numeroso concurso, assí que los ciudadanos como de aquellos
pueblos y aldeas que le sirven y acompañan, sin temer
inclemencias del tiempo ni camino mientras vienen a la sombra
y protección de las dilatadas alas de tan poderosa y caudalosa águila…”
Sería el mismo fraile escritor el que narrase el milagro
de 1703. Se sufría una sequía que era general en
todas las Islas Canarias, para lo que se trajo a la ciudad “esta
santa imagen, se le hizo en la parroquia el novenario de missas
y rogativas que acostumbra, aunque tercas las nubes en su dureza”.
Cuando el coro de monjas catalinas entonaron el motete en el
monasterio dominico “poniendo las lágrimas a las
voces silencio, narraron más retóricas su petición
y súplica y como del corazón más cierto
mensajeros llegaron más felices al río de piedades,
pues apenas sonaron en su oydo desbrochó los diques de
sus misericordias, liquidando la gracia de sus nieves en tan
copiosas lluvias a la tierra que al instante entonaron el hymno
de alabanzas de los santos doctores Ambrosio y Agustino, en hazimento
de gracias en tanto beneficio, con que logró aquel año
aquella isla la abundancia de frutos que sin tan gran milagro
no pudiera”
En relación con la epidemia de 1768, se acudió a
Nuestra Señora de Las Nieves en espera e implorando el
remedio de la enfermedad que azotaba a los palmeros. Pérez
Morera recoge en sus notas sobre la Bajada de 1765 una relación
sobre la terrible enfermedad que se cernió sobre la Isla
En el Archivo Parroquial de El Salvador (Libro de Acaecimientos
formado por el vicario Don Felipe Alfaro en 1767) extraemos el
siguiente párrafo:
“Aviendose señalado por su merced el dia siete
de marzo para el último tramo de la Procesión de
allí llevar a Nuestra Señora a su propia Parroquia
compuestos todos los caminos y aseandose todas las calles por
donde debía transitar no se pudo conseguir hasta el día
diez por las continuas lluvias que hubo en estos días
(…) quedando todos los moradores desta ciudad e Ysla mui
contentos y alegres por aver conseguido de dios mediante la intercesión
de la Santísima Virgen María ubiesse cesado a sus
primeros ruegos la cruel enfermedad que tantos estragos hasía
y llovido con mansedumbre tanto que se puede decir se repitió en
esta ysla el milagro que en tiempo del Señor San Gregorio
aconteció en Roma …”
Se continuaron con las plegarias y los ruegos a la Virgen de
Las Nieves en todas y cada una de las generaciones de palmeros.
Un suceso célebre fue el que ocurrió el 6 de
abril de 1750, fecha en la que la sagrada imagen se encontraba
en el Convento de las Monjas Claras, hoy Hospital de Dolores,
donde se halla entronizada la preciosa imagen de la olvidada
Patrona de la ciudad, Santa Águeda. Previamente se había
señalado este día para hacer las rogativas por
el hambre y la falta de lluvias que se padecían en toda
la Isla. Milagrosamente comenzó a llover copiosamente
y llegó a la bahía de la ciudad un buque cargado
de trigo, con gran regocijo del pueblo palmero, que atribuyó todo
esto a un milagro de su Reina.
En el año de 1676, el Obispo García Ximénez,
que se hallaba en La Palma en una visita pastoral, coincidió con
una pertinaz sequía. Testigo de excepción del profundo
fervor que demostró la población de la Isla hacia
la venerada imagen, resolvió que la Bajada de Nuestra
Señora de Las Nieves se repitiese cada cinco años,
a partir de 1680, como así se viene celebrando desde entonces
sin interrupción.
El día 7 de mayo de 1770 había quedado fijado
que la “Virgen Morenita” regresase a su templo de
la montaña, después de su preceptiva bajada de
ese año acabado en cero. Previamente el día anterior,
día del Patrocinio de San José, había venido
la imagen del santo Patriarca desde su ermita capitalina hasta
El Salvador a despedirse de la Patrona palmera. Cuentan los cronistas
de la época que la noche estaba muy serena con algunas
señales de viento de levante, como lo demostraba un círculo
o cerco que poseía la luna “y viento al Oeste, sin
truenos, tempestad ni otra novedad que unos chubascos o lluvia
muy quieta, después de medianoche”. Lo sorprendente
es que, amaneció toda la cumbre cubierta de nieve, “hasta
el lomo que se lama de las Nieves, por estar a su falda la Iglesia
de Nuestra Señora”. Este hecho sobrenatural, por
haber ocurrido en tan avanzado de primavera, “y no haberlo
visto los nacidos en unas circunstancias como las presentes de
terror en que se hallaban las gentes sencillas, que oprimía
los ánimos de todos, llenó de mayor consuelo los
corazones, alabando las divinas piedades de la Madre de la Misericordia,
que nos puso el signo de su benignidad a la vista para que no
desfalleciesen, comprobó con esto el milagro de haber
suspendido el castigo del fuego que nos amenazó consumir
y asegurarnos con la nieve su protección, el día
amaneció claro y despierto el sol, con singular gozo de
las almas devotas”.
Nuevamente apareció la langosta en la madrugada del día
15 de noviembre de 1844 que duró hasta marzo del siguiente
año. Esto, unido a la sequía que se siguió,
hizo que el año fuese sumamente estéril. Comenzó a
sentirse la enfermedad de las papas, llamada vulgarmente “escarcha”,
desconocida en La Palma en aquel entonces. En la primavera de
1847 hubo una gran carestía y falta de víveres, “de
la que resultó haber una gran mortandad de pobres”.
Después la enfermedad de las viñas asoló los
campos en 1852. Siempre los caminos de La Palma, ante las calamidades,
se llenaron de peregrinos que acudían al Santuario para
pedir la intercesión de la Virgen. Otro hecho relacionado
con la langosta, precisamente fue el sucedido el jueves 16 de
octubre de 1659. Esta plaga entró y “llenó toda
la isla y comió la corteza de todos los árboles
y destruyó todos los pastos, con que murió mucho
ganado mayor y menor y muchas cabalgaduras, yeguas y jumentos
y destruyó muchas sementeras y algunas volvieron a reventar
y las que comió tres veces no volvieron”. Los cronistas
atestiguan de cómo se hicieron numerosos sufragios, procesiones
y sermones. Se llevaron procesionalmente a la capital palmera
a Nuestra Señora de La Piedad y al glorioso Apóstol
San Andrés, al glorioso San Juan de Puntallana, al Santo
Cristo del Planto y, finalmente, a Nuestra Señora de Las
Nieves. Fue nuestro Señor servido, por mediación
de la Virgen, que no durase esta langosta más que hasta
marzo de dho. año”. Anteriormente la plaga de langosta
se habían repetido en 1811 que duró hasta el 20
de enero de 1812 dando origen a más plegarias y a otro
milagro.
El 18 de junio de 1851 se experimentó, desde el amanecer,
un terrible calor “que no había memoria en esta
isla, habiendose subido el barómetro Reaumur a 104 grados,
lo que puso a todos en la más grande consternación”.
Al día siguiente era Día de Corpus y se había
determinado que la procesión no saliese a la calle para
evitar problemas de salud a la población. Se cuenta que
muchos cirios fueron encendidos a la Virgen de Las Nieves y,
finalmente, la procesión salió a la plaza “habiendo
acompañado el pequeño tránsito un piquete
del regimiento de Málaga, que se hallaba destacado en
la ciudad”.
Las plegarias a la Virgen volvieron cuando el 27 de diciembre
de 1627, a las 9 de la noche según el alcalde Lorenzo
Rodríguez, “llovió en esta isla un aguacero
grande con el cual cayó tanta cantidad de nieve, que se
hicieron y congelaron torales tan grandes como pipas”.
El pueblo, atemorizado, también rogó a Nuestra
Señora por su rápida desaparición. Tengamos
en cuenta que “incluso en la costa de la mar nevó en
la dicha forma y en el Tejal del Barrio del Cabo se hicieron
los torales que arriba digo, y en toda esta ciudad”. Así quedó reflejado
en el cuaderno de noticias del archivo del Sr. Marqués
de Guisla, titulado Cosas Notables.
LA VIRGEN Y LOS VOLCANES
Recordemos que, en la Bajada motivada por la erupción
del volcán de San Martín de Tigalate en 1646, “con
grandes terremotos, temblores de tierra y truenos, que se oyeron
en todas las islas…Los vecinos truxeron en procesión
a Nuestra Señora de las Nieves, imagen muy milagrosa;
y al otro día, caso admirable, amaneció el bolcán
cubierto de nieue con que cessó, auviendo durado algunos
días”. Así lo explicó el racionero
de la Catedral el doctor don Francisco Fernández Franco.
En palabras del alcalde constitucional Juan Bautista Lorenzo: “… fue
cosa pública y notoria que la Gloriosísima Señora
de las Nieves con su rocío favorable nevó en el
volcán…”. También el capitán
Andrés de Valcárcel y Lugo en su obra Cosas notables:
volcanes, expone: “… hubo muchos temblores de tierra
en todos estos días y los edificios parecía venían
al suelo… pero hubo rocío pequeño, que tanto
como esto puede la Reina de los Ángeles, Nuestra Señora
de Las Nieves. En esta ocasión estaban los vecinos desta
isla tan devotos frecuentadores de los templos que no salían
de ellos.” También Félix Duarte nos narra: “… los
más ancianos vierten sus lágrimas furtivas en sus
humildes aposentos (…) tienen fe en la Virgen de Las Nieves.
Invocan su protección pensando en ser por Ella favorecidos
(…) Es conducida a la capital, en fervorosa rogativa pública.
Muchedumbres de fieles la siguen, reflejando en sus rostros la
ternura que su presencia les inspira (…) hasta que nieva
copiosamente en las cumbres, cesa la actividad del volcán
y los campesinos, contemplando la sierra salpicada de nieve que
se bifurca con los rayos del sol, exclaman: «¡El
rocío de la Virgen!, ¡estamos salvados!».
Cuando se arrodillan ante sus plantas, en señal de gratitud,
les parece oír un himno de amor cantado por los ángeles,
para conmemorar las bodas del cielo y de la Tierra”. Fray
Diego Henríquez lo narraba así en 1714: “acordó luego
la ciudad se tárese la sagrada protectora como en tales
ocasiones se hazía. Tráxose con la solemnidad y
devoción que siempre y prosiguiendo las devotas suplicaciones
y fervorosos ruegos a esta milagrosa señora de Las Nieves,
fue tan copiosa la que mandó sobre el bolcán que
lo extinguió su abundancia totalmente, sin dexar viva
sentella de aquel voraz elemento, cediendo por entonces su furiosa
sobervia a la mansedumbre de los nevados copos. Hizo más
admirable el prodigio aver sido la brecha que abrió aquel
horrendo fuego en parte en que nunca antes avía caido
nieve, ni después se ha visto caer en aquel sitio, para
que lo raro desta circunstancia hiciese a todos visible lo singular
del beneficio”.
Las erupciones volcánicas y la antiquísima y querida
imagen de la Patrona Palmera sostienen una estrecha relación
histórica, social, cultural y espiritual. Así,
como recuerdo perpetuo de estos prodigios, existen dos cuadros
en su Real Santuario, en los que su autor, en su ánimo,
quiso parangonar los dos hechos milagrosos de la nieve de Nuestra
Señora: el del Monte Esquilino de Roma y el del Volcán
de La Palma. En los cuadros aparecen las siguientes inscripciones: “Refugium
Pecatorum. Venció al tiempo tu clemencia y para refugio
nuestro delineaste con tu Nieve en el Esquilino un templo”, “Consolactrix
Aflictorum: a tu presencia nevado el Mongibelo palmense celos
le dio al Esquilino, nuevas glorias a Tu Nieve”.
Un testigo de la erupción de otro volcán, el de
San Antonio, ocurrida en 1677, el Visitador Don Juan Pinto de
Guisla, rememora el de 1646, cuando el 18 de diciembre, día
de la Expectación de la Virgen: “…día
que amaneció de nieve la boca del volcán, con universal
aclamación de milagro de Nuestra Señora de Las
Nieves, cuya santa imagen se venera como Patrona de esta isla
y a cuyo patrocinio se recurre en sus mayores aflicciones y necesidades”.
En esta ocasión, los temblores de tierra han continuado
causando gran temor entre la población. El peor tuvo lugar
a las nueve de la mañana del 9 de enero de 1677, “de
manera que el Clero se juntó a aquella hora en la parroquia
donde está Nuestra Señora de Las Nieves a implorar
su Patrocinio… conmovió al pueblo a muchas lágrimas”.
La imagen de Asieta fue llevada hasta el Convento de las Monjas
Claras “hasta que Nuestro Señor se acuerde de usar
con nosotros la misericordia, librándonos de esta tribulación”
En octubre de 1712, el volcán del Charco azota, con sus
candentes lavas, al Valle de Aridane. Es implorada la protección
de la Virgen, y las proporciones del fenómeno disminuyen
hasta su total extinción. Fray Diego Henríquez
narraba cómo “recurrió apresurada a su valerosa
protectora para que, con el poder e irrefragable virtud de sus
nieves, matara segunda vez tanto incendio y les librara de tan
cruel enemigo. Traxeron a la santa imagen a la ciudad con la
devoción y fervor acostumbrado, claro es que en esta ocasión
fue mayor, quando mayor el conflicto y más a la vista
del peligro. Hiziéronle solemnísimas rogativas,
celebrárosle generales procesiones, ofreciéronle
repetidos clamores, consagrárosle aventajados cultos,
manifestárosle sus cordiales y crecidas ancias, pusiéronle
como asylo tan valiente a la vista del adversario y no tardó la
poderosa reyna en mostrar su imperio sobre todo lo criado. Obedeció el
fuego a esta superior virtud, abatieron su sobervia las empinadas
y arrogantes llamas, temploce el viento, expeliose de los corazones
el susto, y aumentó en todos la fe de su benigno amparo,
con que creció en ellos la obligación a más
subidos cultos, más continuas veneraciones y más
exacto conocimiento de su deuda”.
La erupción del Volcán de San Juan, acaecida en
junio y julio de 1949, fue motivo para que, nuevamente, el pueblo
palmero acudiera a su milagrosa “Morenita” en busca
de auxilio espiritual ante las furias desatadas de la naturaleza
y a pedir a que apagaran las iras del volcán. El 24 de
julio la multitudinaria procesión con la Virgen salió a
las siete y media de la mañana hacia Breña Alta.
Después de la Santa Misa en la ermita de La Concepción,
la talla fue girada hacia el volcán. Se cuenta de que,
a partir de aquel instante, fue apagándose lentamente.
Así, el 26 de julio, encontrándose la efigie en
la capital palmera, la actividad del volcán decreció considerablemente. “Otra
vez se produce la desaparición del monstruo”. El
periodista palmero don Juan Carlos Díaz Lorenzo, concluye
su artículo sobre la intercesión de la Virgen de
Las Nieves ante las furias de la Naturaleza: “en los días
posteriores y a excepción del día 30 de julio,
en el que se produjo el derrame de lava por el barranco de La
Jurada, en la vertiente oriental de la Isla, la erupción
cesó en su furia. ¿Milagro?. La devoción
de la Isla así lo creyó”.
LA VIRGEN Y EL FUEGO
En aquella ocasión, el día 26 de marzo de 1770,
la Virgen ya se encontraba retornando a su Santuario ascendiendo
por el Barranco homónimo, en las proximidades de la “Cueva
de La Virgen”, cuando “sonaron voces de ¡fuego!, ¡fuego
en la ciudad!, viéndose luego humo negro que lo indicaba.
Amedrentose la gente y contristáronse todos”. Las
voces unánimes solicitaron la presencia de la sagrada
imagen: “de no ir la Virgen, se abrasará toda la
ciudad”. Rápidamente la procesión regresó a
la capital palmera “y se hizo una deprecación”.
El enorme incendio se había propagado rápidamente
por el centro de la ciudad. La comitiva se paró en la
Iglesia del Hospital porque se hacía desaconsejable el
acceso a El Salvador por el riesgo que se corría; “de
aquí se sacó y puso la Santa Imagen a vista del
fuego cerca de la plaza, bajo de la torre de la iglesia”.
Debido al calor sofocante que brotaba del voraz incendio, la
procesión se presentó en la esquina superior de
la plaza, cerca del Pósito (hoy sede de la sociedad “La
Cosmológica”). Es aquí donde se hicieron
más deprecaciones y sentidas rogativas. Siguiendo con
la narración del alcalde constitucional Don Juan Bautista
Lorenzo Rodríguez: “el caso verdaderamente maravilloso:
el incendio fue voracísimo y corría el viento de
brisa que le impelía, para acudir a apagarlas, pero sucedió que
inopinadamente se mudó y cambió el viento al Oeste,
enderezó las llamas que antes corrían con vehemencia
al puerto y estaban ardiendo a un tiempo dos calles y dos hileras
de casas”. Detalladamente el historiador nos relata cómo
el pueblo se hallaba profundamente consternado, pero firme en
sus ruegos a la “Morenita”-imagen históricamente
milagrosa-, le pidieron su intercesión. Testigo del suceso,
el sacerdote José Antonio Momparlé, redactó estas
palabras: “Así se arruinaron catorce casas en poco
más de tres horas, con pasmo de los que las vieron arder,
más no se incendió otra algunas aunque antes habían
sido acometidas de centellas y carbones encendidos, después
de estar a la vista Nuestra Señora de Las Nieves, conceptuando
todos piadosamente, fue la asistencia de la Santísima
Virgen quien libró y preservó el resto de la ciudad
del fuego, impidiendo pasase adelante”.
En la segunda Bajada Lustral, en el año de 1685, la Virgen
había llegado a la ciudad y ocurrió que “al
hazer la salva en la plaza de la parroquia, las piezas de campana,
una de ellas, o sea ya lo más acondicionado o sea el estar
recargada, con la violencia del fuego voló en diversos
pedazos por los ayres”. Fray Diego Henríquez narra
así en 1714 cómo los grandes trozos de metal habían
caído sobre la multitud, tanto sobre el escuadrón
de soldados que tributaba honores a la imagen como sobre “las
mugeres, tan juntas y oprimidas como siempre lo están
en tales concursos”. Lo que debería de haber sido
una desgracia mortal, tan sólo quedó en un susto,
pues ninguno de los fragmentos de la pieza reventada hirió a
ninguno de los presentes que abarrotaban el lugar. Concluye diciendo: “sin
que tuviesse permiso de la reyna universal de lo criado alguno
de aquellos duros fragmentos para ofender ni al que dio fuego
a la pieza, ni a otro alguno de quantos allí se hallaron
en obsequio suyo, acompañando y venerando su maravillosa
imagen, siendo a todos fuerte escudo la poderosa sombra de su
real presencia”.
Hablando de fuego, en este caso, no incendio, pero sí del
curioso caso milagroso de la llama de aceite que iluminaba el
templo, el religioso fray Diego Henríquez informaba así del
suceso acaecido antes de 1649, cuando el pequeño santuario
era asistido por ermitaños. Precisamente sería
después de dicha fecha cuando el licenciado Juan González
Viera, capellán, se haría cargo del oratorio, elevado
al rango de parroquia en 1657. El desconsolado ermitaño
que le tocaba velar por la seguridad de la “Morenita” asistía
asolado a la carencia de aceite puesto que éste no había
sido traído desde la ciudad en cantidad suficiente. Entonces, “aparejó su
lámpara con agua el vidrio, y nueva torcida, y encendiola
diziendo a la Virgen con su casta sencillez (era hombre muy sincero
y de virtuosa pureza) si quería luz en la lámpara
la proveyesse de azeyte”. Tras esto, cerró la iglesia
con llave y se fue a dormir. Sin casi dormir, se levantó muy
temprano y entre la oscuridad, contempló extasiado cómo
salía “por sus rimas mucho excesso de luz”.
No daba crédito al comprobar cómo, al abrir la
puerta, la lámpara lucía “con más
lucido farol que el que pudieran muchas luces componer”.
El prodigio se extendió por toda la isla con mucha celeridad
y un canónigo de visita en el santuario, “puso por
obra el autenticarlo con los mismos hermitaños que lo
vieron”. Desde entonces, se llamó la lámpara “de
los milagros”. A partir de entonces, muchas personas aquejadas
de varias dolencias, acudían a ver a la Virgen “con
diferentes dolores y accidentes van a vicitar aquel santo templo;
y ungiendose con el azeyte desta lampara, buelven sanos a sus
casas, teniendo tanta fee con este azeyte que frequentes lo piden
y llevan para las necessidades”.
LA VIRGEN, LAS EPIDEMIAS Y ENFERMEDADES
En el año 1759 volvieron a invadir las viruelas a la
Isla, y desde el 25 de agosto hasta 17 de noviembre de ese año
fallecieron 81 personas, niños en su mayor parte. Las
rogativas públicas ante la Patrona no se hicieron esperar.
Según los cronistas, gracias a su intersección,
esta epidemia se estancó milagrosamente, sin causar más
muertos.
En el año 1763 se padeció en La Palma una enfermedad “al
parecer epidémica, que se le designa con el nombre de ‘puntada’,
y como dice una partida de defunción del Libro 8, folio
61 v., que la puntada ‘andaba mezclada con sofocación’;
es evidente que tal enfermedad no era otra cosa que pulmonías”.
Así narraba estos hechos Don Juan Bautista Lorenzo. Los
muertos aquí ascendieron a 39 personas, desde el 25 de
noviembre hasta el 18 de marzo de 1764. Nuevamente el pueblo
imploró a la Virgen y la epidemia no causó más
daños en la atemorizada población.
En el año 1789 volvieron las viruelas a invadir toda
la Isla, desde el 17 de octubre hasta el 18 de diciembre, falleciendo
sólo en la capital 145 personas, niños en su mayor
parte. El mismo cronista nos relata: “no sé ni puedo
comprender cuál fue la causa, pero es lo cierto que los
cadáveres de estos niños se encontraban amortajados
en las puertas de los templos y aun dentro, sin saberse ni poderse
averiguar quiénes eran sus padres, y llegó a tanto
el escándalo que en una misma noche, se pusieron seis
cadáveres en la Parroquia de El Salvador”. Así consta
en el Libro nueve de Defunciones, folios del 178 al 187 inclusive.
El Santuario llegó a ser un hervidero de fieles que, postrados
a los pies de la venerada imagen, pidieron su intersección.
Así fue.
Más epidemias sacudieron la población palmera.
Por ejemplo en 1720, las viruelas causaron la muerte a 104 personas
entre el 17 de abril y el 19 de junio. Pero la que fue especialmente
virulenta, ya que causó nada más y nada menos que
490 personas en toda la Isla (sólo en la capital fueron
115 los fallecidos) fue la que se padeció a partir del
21 de diciembre de 1767 y duró hasta el 16 de marzo de
1788. Se le conoció como “epidemia catarral”.
El pueblo de La Palma ascendió el barranco en rogativas
y trajo en multitudinaria y solemne procesión a Nuestra
Señora de Las Nieves el 2 de enero de 1768. Justo en ese
momento, la mortandad fue decreciendo considerablemente.
Se cuenta que Isabel Méndez de Mendoza, esposa del inglés
Francisco They, estaba “enferma de lúcidos tan furiosamente
que era necesario el cuidado de sujetarla”. Su madre y
abuela, desesperadas, la llevaron ante la Virgencita de Las Nieves
con gran dificultad, “pero luego que se hallaron en la
presencia de tal poderosa reyna, con viva fe pusieron aquella
enferma en manos de su clemencia”. Se cuenta que su marido
ofreció algunos dones y juró una promesa por la
salud de su amada. Cuando le ungieron la cabeza con el aceite
de la lámpara “de los milagros”, se serenó inexplicablemente
la enferma y, ante la admiración de la concurrencia, regresaron
con Isabel a su casa con la quietud y sosiego que antes gozaba.
Otro caso prodigioso conocido fue el del doctor Natur, médico
que ejercía en La Palma. Enfermó gravemente y no
paraba de expulsar gran cantidad de sangre por la boca. Lejos
de visitar a otro colega, “no discurrió su cristiana
prudencia recurrir a mejor médico”: imploró el
auxilio de la “Negrita”, “ a cuya presencia
se halló libre de enfermedad tan penosa y con perfecta
salud”. Para perpetuar las maravillas de la imagen, quiso
colocar en el santuario un lienzo que recordara este milagro
y “la clemencia que obró con él esta soberana
señora”.
El Conde de La Gomera, don Gaspar de Guzmán Ayala y Roxas,
se hallaba en La Palma aquejado de una grave dolencia. Prácticamente
había sido desahuciado por los médicos. Hizo voto
ante la Virgen de asistir nueve días a su templo y, si
mejorara, a su regreso a Garachico (en Tenerife) le enviaría
cuatro candeleros de plata y “unos dozeles para el culto
de la iglesia”. Como se salvó milagrosamente, después
de hacerle una novena, cumplió con lo prometido. Ya en
el inventario de 1672 aparece dicho regalo entre los tesoros
del templo, aunque fueron fundidos a principios del siglo XVIII
para invertir su plata en el fabuloso trono de la Virgen.
La rica heredera de las haciendas de Argual y Tazacorte, doña
Beatriz Corona y Castillo, madre del regidor perpetuo don Diego
de Guisla y Castillo (mayordomo y esclavo de la Virgen) tuvo
una grave enfermedad tras un parto. Durante más de seis
meses sufrió de “calenturas cuyo rigor y molestia
la tenían en tal estado que fue tenida por éttica”.
Fue llevada ante la Virgen junto a toda la familia y se le hizo
una solemne novena. Se cuenta que regresó libre de la
enfermedad y “con tan perfecta salud que vivió después
muchos años teniendo en ellos diferentes partos”.
El 5 de junio de 1851 se declaró el cólera morbo
en Gran Canaria. Se iniciaron las novenas y rogativas ante la
Virgen. El 25 de julio se trajo en procesión hasta El
Salvador al Patrón de la Salud Pública, el Glorioso
San Sebastián. La “Morenita” descendió nuevamente
hasta la capital el 5 de junio de 1852 en agradecimiento por
haberse librado esta Isla y la de Gran Canaria de esta terrible
epidemia. “El 6, domingo de la Santísima Trinidad,
fue la función de acción de gracias, el lunes 7
regresó a su Santuario”. Fue acompañada por
un pueblo repleto de orgullo y feliz de tener a la Virgen como
su Patrona y Protectora.
LA VIRGEN Y OTROS MILAGROS
Otro suceso muy famoso fue el del la niña Margarita de
las Nieves Estrella, hija de Alonso Hernández y Francisco
Luis (casados en Puntallana el 28 de octubre de 1619). Cuando
jugaba con otros niños, se despeñó por un
risco muy alto (“de más de treinta brazas”).
El terrible incidente fue presenciado por los desconsolados padres
que gritaron el nombre de la Virgen de Las Nieves invocando su
auxilio. “Baxaron al valle a recoger los pedazos del tierno
cuerpo para darle sepultura, y hallaron a la niña sentada
viva y sin lesión alguna”. Los padres no dieron
crédito a la escena y la niña relató cómo
una señora vestida de blanco la había recibido
en sus brazos y la había librado de todo daño.
La afortunada familia ofreció en agradecimiento, tras
medir el alto del despeñadero, “una línea
de cordel que, con el debido hazimiento de gracias para eterna
memoria de tan gran misericordia, colocaron a lo largo de la
pared de la iglesia”. Se cuenta que se tuvo que doblar
varias veces, lo que da una idea de la altura del risco.
“A otros muchos despeñados de los muchos y grandes
despeñaderos de toda la isla, por ser muy alta, de muy
profundos valles y barrancos, y de muy peligrosos caminos, ha
librado esta milagrosa reyna, cuya auxilio han implorado en sus
tribulaciones, como lo dicen las diferentes cuerdas, medidas
de los despeñaderos, que se ven en las paredes del templo
por signos y perpetuos testigos de los milagros”.
Un “pardo” llamado Gaspar, esclavo del capitán
Gaspar de Olivares Maldonado – alguacil mayor del Santo
Oficio muerto en 1683- perdió la voz repentinamente después
de un ataque. Y “como quién no ignoraba las maravillosas
clemencias desta soberana reyna, y los milagros desta santa imagen,
acudió luego a su casa de tan precioso patrocinio”.
Las crónicas decían que, imploraba ante la Virgen “con
humilde corazón y devotas súplicas, en medio de
las quales rompió la voz, llamando a Nuestra Señora
y pronunciando su dulce nombre”. Maravillado, el afortunado
hombre repetía gritando el nombre de María de Las
Nieves a todos aquellos peregrinos con los que tropezaba de regreso
a la ciudad.
De entre todos los prodigios y milagros, tal vez sea éste,
uno de los más originales. Se cuenta que el palmero don
Pedro Escobar Pereira (1617-1673) (Visitador General de La Palma,
La Gomera y El Hierro; racionero, canónigo, tesorero,
chantre y arcediano de la Catedral de Las Palmas y Obispo Electo
de Puerto Rico, etc.) trajo de la Península una magnífica
tela para confeccionar un vestido para la Virgen de Las Nieves.
Con toda solemnidad acudió al Santuario con toda su familia
para ser testigos del cambio de ropajes a la sagrada imagen.
Las camareras habían empezado a despojarla del que tenía
para colocarle el de don Pedro, cuando “torció la
imagen el rostro hazia un lado, ademán que suspendió las
manos a las mugeres y los sentidos a todos los circunstantes”.
El narrador continuaba: “y en medio del asombro, ocurrioles
que aquel ademán parecía efecto o enigma del virgíneo
pudor, y que no gustava se despojase su imagen en presencia de
hombres la que de muy pura se turbó a la presencia del ángel”.
Una vez se invitó a todos los caballeros a que abandonasen
la estancia, “volvió la sacra imagen a destorcer
la cabeza”. Las doncellas, atónitas, no daban crédito
a lo ocurrido. Temblorosas aún, pudieron terminar de colocar
el nuevo traje. Fue entonces cuando se permitió entrar
a los señores que, todavía impresionados, presentaron
sus respetos ante la “Gran Señora de La Palma”.
Antes de que el doctor palmero Juan Méndez fuese canónigo
de la Catedral de Canaria, fue apresado por un navío de
turcos y conducido cautivo a Argel. A tal vejación fue
expuesto y de tantas atrocidades fue testigo, que temía
por su vida. Por ello “recurrió a la protectora
de su isla, puso en las manos de su poderosa clemencia su angustiado
corazón, encomendó su necessidad a esta señora
de Las Nieves, en quien tuvo firme la esperanza de su remedio”.
Milagrosamente consiguió su libertad y a su llegada a
La Palma y acudir al santuario a rendir pleitesía ante
la Patrona, le ofrendó un lienzo que se colgó en
la capilla mayor “de la yglesia desta milagrosa señora”.
Se cuenta que, en una de las Bajadas Lustrales, un viejo mendigo
llamado Román “tan privado de la vista que no podía
ir a parte alguna si no le llevavan de la mano”, pidió que
lo llevaran ante la “santa reliquia”. Cuando le dijeron
que ya estaba ante Ella, “con su natural sencillez y llanesa
de palabras, cantava sus elogios a la celestial señora,
con tan fervoroso afecto y devotos ademanes, que movía
a los demás y los encendía en fervor”. De
esa manera fue llevado durante varios días hasta que,
en una ocasión, cuando la Virgen se hallaba en la procesión
que se le tributaba tras la solemne función diaria, de
repente, “se halló en un instante con su perfecta
vista, causando en los allí presentes más estupendo éxtasi
que causó aquel tullido a quien sanó San Pedro,
quando entró por el templo saltando de contento”.
De esa manera le vino la vista y la conservó todo el tiempo
que vivió, siendo “a todos los que antes le conocieron
sin ella, testigo de vista de ojos del prodigio”.
BIBLIOGRAFÍA
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teológica, Publicaciones del Centro Teológico,
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1980. LORENZO RODRÍGUEZ, Juan-Bautista, Noticias para la
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Santuario Insular de Nuestra Señora de Las Nieves».
Caja General de Ahorros de Canarias, 2000.
- Idem.: «De la Nieve de María. Los Milagros de
la Virgen según Fray Diego Henríquez», Festejos
Públicos que tuvieron lugar en la Ciudad de La Palma,
con motivo de la Bajada de Ntra. Sra de Las Nieves, verificada
el 1 de febrero de 1845, Excmo. Ayuntamiento de Santa Cruz de
La Palma, 2005
- Idem. : Silva. Bernardo Manuel de Silva. Viceconsejería
de Cultura y Deportes, D.L. 1994. RUMEU DE ARMAS, Antonio.Canarias
y el Atlántico. Piratería
y ataques navales, tomo III, primera parte, Madrid, 1991. VERNEAU, R.Cinco
años de estancia en las Islas Canarias,
La Laguna, 1981. YANES CARRILLO, A.Cosas viejas de la mar, Santa Cruz de La Palma,
1953